A Eustaquio Celestino
Abierto el corazón por la garra del jaguar
tensa la lengua
el quetzal madura su voz;
grita en el árbol de la vida
y su larga nota cuelga,
como fruto prohibido,
en el calendario azteca.
Mi voz asciende por su canto
serpiente etérea,
muerde los quiebres del quetzal
y se deshace;
mi voz, aliento en pena,
en el verde plumaje del fantasma.
En el templo mayor
el quetzal arrastra su cadencia
y su canción se diluye con el viento;
mi voz,
lamento y sombra,
desaparece.
Dos voces,
un solo canto:
El silencio
RAMÓN SANTOYO DURÁN
24 de abril de 2012
Hermosillo, S
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