miércoles, 29 de diciembre de 2021

DESAYUNO AMERICANO

Los golpes que le propinaron en la infancia fueron determinantes. Lo más cabrón fue que nunca supo por qué lo castigaron. Siempre habló del temor que paralizaba todas sus acciones pero, no sabía de dónde venía el miedo. Con la mirada y el sentido del gusto chapoteando en el café mañanero se le vinieron recuerdos de la niñez: amarga, pero en el fondo, el aroma exquisito de los bellos momentos. Color y nota de la bebida matizaron la remembranza: golpes, castigos, falta de cariño y algunos destellos de alegría flotaban casi en el borde de la taza. Dio un sorbo y sintió cómo el pasado se le atoró en la garganta. Deglutió y, la tantita alegría que nadaba en el negro líquido, se escurrió por el esófago hasta perderse en las entrañas. Lo demás, se quedó ahí, ahogándolo.

     El olor a café los guio hasta su cadáver.



FUNÁMBULA

                                                                                      A las madres buscadoras


Vio a la melancolía caminando sobre la mirada. Movió la vista, pero la tristeza se mantuvo en la invisible cuerda floja. Siguió firme, sin red de protección, tratando de cruzar. La desdicha continuó, perdió el equilibrio y cayó en la fosa clandestina. 

     Cabello, piel y huesos secos intensificaron el desconsuelo.

LA AVERÍA


La manita empuñó una piedra, golpeó: dos peladuras marcaron la pared. Ella miró a su hijo, a la travesura y de nuevo al niño. El regaño se deslizó por la mirada e hizo añicos las pupilas de Alán. Unos hoyuelos aparecieron sobre sus mejillas y dijo: “mira mamá, la pared tiene ojos”. Hasta hoy, la madre y la abuela conservan una sonrisa.

     Si Las Paredes Oyen: ¿por qué no habrían de ver?


MDT: Ramón Santoyo Duran

Verano de 2019

Hermosillo, Sonora.