La manita empuñó una piedra, golpeó: dos peladuras marcaron la pared. Ella miró a su hijo, a la travesura y de nuevo al niño. El regaño se deslizó por la mirada e hizo añicos las pupilas de Alán. Unos hoyuelos aparecieron sobre sus mejillas y dijo: “mira mamá, la pared tiene ojos”. Hasta hoy, la madre y la abuela conservan una sonrisa.
Si Las Paredes Oyen: ¿por qué no habrían de ver?
MDT: Ramón Santoyo Duran
Verano de 2019
Hermosillo, Sonora.
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