martes, 28 de febrero de 2012

CON LOS PIES EN EL SUEÑO

Hoy comí sol.
Es increíble el sabor que tiene: dulce y delicado. Sentí un calorcito agradable y lo consumí hasta que no pude más. No cabe duda, es el mejor alimento, pero en exceso provoca enormes indigestiones de luz. Por la tarde, comenzaron las consecuencias: cosquilleo por todo el cuerpo, aleteo en el estómago y un deseo incontenible de evacuar; pero al mismo tiempo, fuerza y vigor insuperables. No sé en qué momento inició la náusea, lo curioso es que no sentí asco de ninguna especie. Regurgité, el buqué de la luz invadió mi cavidad bucal. Sin molestias, el vómito fluyó y un olor exquisito invadió la habitación.

Hueles, resplandeces, disfrutas, sonríes. Te sientas, observas. Corres hacia la cocina, traes una jerga. Sales al patio, regresas con una cubeta, limpias el piso, enjugas boca y cuerpo. Exprimes, colmas el balde. Piensas: “No cesa”. Solucionas: te duermes.

Lo encontró al borde de la cama, encorvado, con el rostro en dirección al suelo; el manantial de luces, colores e imágenes rebosaron los límites del recipiente y sus pies, inmersos en el cubo, absorbieron todo hasta instalarse otra vez en el cerebro. La náusea volvió, el chorro de sueños cubrió sus piernas y subieron de nuevo a la parte posterior de su cabeza. “Qué ciclo tan extraño”, pensó y, de reojo, le pareció ver la sombra de un águila. “Despierta”, musitó, mientras, los pies continuaron hundidos en el sueño.






                                                                         MDT.  RAMÓN SANTOYO DURÁN
                                                                         Febrero de 2009
                                                                         Guaymas, Sonora.

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